No se me
ocurre un mejor tributo a un disco creado por músicos virtuosos que el tipo de
tributo escrito por un completo “no músico” como lo soy yo. “no músico” en el
sentido que no toco ningún instrumento, no porque sea anti musical (dah!).
¿Y por qué?
Porque la música de este cuarteto (en su famosa encarnación ochentera conformada
por Robert Fripp, Adrian Belew, Tony Levin y Bill Dufford) te permite sentirla
en todas su “capas” sonoras. Más por la esencia creativa y poco convencional
que por la ejecución de los instrumentos. No me confundan, no creo que la ejecución
no tenga valor, pero es la combinación de esa extraordinaria ejecución con
cambios y tiempos poco usuales lo que la hacen simplemente fantástica. Eso es
King Crimson en esencia, una banda fascinante, rara, atípica y tan progresiva
que se vuele hasta menos “progy” y más interplanetaria. Marciana.
Discipline arranca
con la bizarra “Elephant Talk” (piensen Primus con David Byrne de vocalista) y
se va brincando de esquina en esquina del canvas, moviendo los limites.
Estirando lo posible. “Frame by Frame” es un frenesí refrescante de notas
sumergidas en el new wave de aquella época. “Indiscipline” suena al rock
alternativo que vendría muchos años después en la forma de bandas como Tool. “Thela
Hun Ginjeet” es a mi parecer la pieza central, con Belew cantando el título de
la canción sobre una grabación de su voz contando una anécdota de un asalto;
Bufford tocando una samba sobre distorsión paranoica.
Estos tipos
son la razón por la cual da gusto escuchar discos completos (no digamos verlos
en vivo), se siente como si se están retando a sí mismos a mejorar cada rola
con la siguiente. Discos como Discipline no envejecen nunca, suenan frescos y
terminan inspirando a legiones de músicos (y “no músicos”). (Francisco)
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